Japón está en una de las zonas de mayor actividad sísmica de todo el planeta, por lo que los terremotos casi forman parte de su día a día. Sin embargo, y lógicamente, existen terremotos de muchas clases, desde aquellos temblores apenas imperceptibles hasta los gigantescos desastres naturales de enorme impacto a todos los niveles. Teniendo aún muy presentes las horribles imágenes del que hubo en 2011 en la zona norte del país –seguido de un tsunami peor aún–, o del que asoló en 1995 la ciudad de Kobe, hoy vamos a retroceder un poco más para hablar de otro gran terremoto, trascendental para la Historia Japonesa, y no sólo por los daños ocasionados por el seísmo en sí.
Dos o tres minutos antes del mediodía del día 1 de septiembre del año 1923, la región de Kantō, en la que se encuentran la capital japonesa, Tokio, y algunas otras ciudades también altamente pobladas, como Kawasaki o Yokohama, se vio sacudida de repente por un fuerte terremoto. Pese a que en términos de magnitud ha habido otros seísmos más potentes a lo largo de la historia de Japón, este fue con diferencia el más devastador de que se tiene constancia en cuanto a número de personas fallecidas, nada menos que unas cien mil en números redondos. A esta ya enorme cifra hay que añadirle además el más de medio millón de heridos de distinta consideración y unos tres millones de personas que perdieron su hogar. Sin embargo, la gran mayoría de víctimas y daños materiales no fueron causados directamente por el terremoto –o por sus casi sesenta réplicas– ni tampoco por el tsunami posterior que levantó olas de hasta diez metros, sino que fueron consecuencia de los incendios que se produjeron inmediatamente después del primer temblor, unos incendios que acabaron con la ciudad de Yokohama y con la mitad de la capital del país.
Mapa del Tokio de la época, con la zona devastada por los incendios y los lugares de los que surgieron
La causa de la aparición de todos estos numerosos incendios a lo largo y ancho de toda la región fue el hecho de que el terremoto se produjese exactamente a la hora en la que en la mayoría de hogares se estaba preparando la comida, por lo que miles y miles de cocinas estaban funcionando en ese preciso momento, cada una con su pequeño fuego. Además, otro factor –fruto también de la casualidad– provocó que todos estos pequeños incendios creciesen y se extendiesen rápidamente asolándolo todo a su paso, un factor en forma de tifón que estaba cruzando esa misma mañana la zona de Ishikawa –en la costa del Mar del Japón pero a la altura de Kantō– y que ocasionó grandes vientos sobre la costa contraria, la del Pacífico.
Sin embargo, y aunque a nosotros nos pueda parecer increíble, en aquellos días mucha gente vio una causa completamente diferente, no sólo para los incendios sino incluso también para el propio terremoto: la presencia de coreanos en Japón –recordemos que entre 1910 y 1945 Corea fue una colonia japonesa. Casi más rápidamente que las llamas, se extendieron por la región todo tipo de rumores acerca de los coreanos que residían allí, culpabilizándolos de toda clase de delitos, desde de provocar los incendios a envenenar los pozos de agua, pasando por protagonizar actos de pillaje en comercios y casas derruidas. Algunos creían incluso que ellos habían sido los causantes directos del terremoto usando una misteriosa máquina, o que todo había sido un castigo de los dioses por su presencia en sagrado suelo japonés. De una forma o de otra, los culpables de todo eran los coreanos. Pronto, grupos de ciudadanos japoneses buscaron vengarse de estos supuestos causantes de su desgracia y se organizaron patrullas que salieron en su busca y captura. Pese a los intentos de la policía japonesa por protegerles, en los días siguientes al terremoto se cree que murieron unos dos mil seiscientos coreanos, asesinados por estas patrullas ciudadanas, en muchos casos siendo lanzados al río. De paso, también fueron asesinados centenar y medio de residentes chinos.
El joven Hirohito
Ante esta situación de caos absoluto –creada tanto por los desastres naturales como por el clima social posterior–, el gobierno japonés declaró la ley marcial en todas las zonas afectadas. Sin embargo, esto fue aprovechado entonces por los militares para acabar con algunos activistas políticos que ellos consideraban radicales y peligrosos para sus intereses, principalmente anarquistas y comunistas vinculados a movimientos sindicales y obreros, quienes no tenían nada que ver con todo el asunto del terremoto y el caos posterior. A su vez, y como respuesta a estas ejecuciones, un joven de izquierdas intentó asesinar de un disparo al príncipe Hirohito (1901-1989), quien sería emperador tres años después y hasta 1989 con el nombre de Shōwa, pero que desde 1921 ocupaba el cargo de regente a causa de la enfermedad de su padre, el emperador Taishō (1879-1926). Sin embargo, el intento de regicidio quedó en eso, un intento, pues el joven revolucionario falló el tiro, siendo entonces detenido y ejecutado. Además, este intento de asesinato no hizo otra cosa que acrecentar la represión sobre los movimientos de izquierdas japoneses y potenciar el nacionalismo de derechas y el militarismo que acabarían haciéndose con el control del gobierno de Japón, lo que tendría nefastas consecuencias pocos años después, como es bien sabido.
El inquieto Namazu, resistiéndose a ser controlado
Un antiguo mito popular en Japón atribuye los terremotos a las sacudidas de un gigantesco siluro o pez gato llamado Namazu. Éstas se producen cada vez que el kami Kashima, la divinidad encargada de mantenerlo controlado e inmovilizado en el fondo del mar, abandona esta tarea por algún motivo, quedando entonces libre Namazu para hacer de las suyas. Este –digamos– travieso pez ha sido representado desde hace siglos por muchos pintores, convirtiéndose así en un motivo bastante recurrente del arte japonés. Obviamente, se trata de un mero relato mitológico al que no cabe dar más credibilidad que esa, pero igual de poco creíble resulta que el terremoto de 1923 fuera provocado por los coreanos de Japón y ya hemos visto que muchos se lo tomaron muy en serio.
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