sábado, 5 de diciembre de 2020

RULFO

 

ARCHIVO HISTÓRICO EL COMERCIO 08/01/2016 15:32

Nació en Sayula, Jalisco, el 16 de mayo de 1917, en un México convulsionado por los conflictos sociales, políticos y económicos de los tiempos de la Revolución (1910-1917). Escribió poco, pero lo que se lee de él fue suficiente para convertirlo en un clásico de la literatura en castellano. Rulfo murió el 7 de enero de 1986, en su casa de Ciudad de México.

Las tierras áridas de Sayula, donde nació, y de San Gabriel, donde vivió, en el estado de Jalisco, concentró los espacios necesarios para su literatura. Quizás la muerte de su padre, asesinado el 1 de junio de 1923, cuando el futuro escritor apenas contaba con 6 años de edad, haya marcado su visión del mundo, donde la muerte se percibe con una naturalidad asombrosa.

Muchos críticos literarios vinculan a Juan Rulfo con la literatura de la revolución de su país, pero él supo aclarar la relación que como lector tuvo con esa generación anterior a la suya: los leía por obligación, porque en realidad los libros que adoró en su infancia fueron los de la biblioteca del cura Irineo Monroy, quien la trasladó a la casa de su madre. Eran libros de aventuras, como los de Salgari o Dumas, pero luego sumó la literatura nórdica de Knut Hamaun. Rulfo vivió así los años ’20.

En la década de 1930, el joven Rulfo empezó estudios en un seminario en Guadalajara, y luego, en 1933, intentó llevar en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) cursos de Derecho y de Filosofía y Letras. Pero la vida le tenía reservado un camino de historias y relatos que florecieron desde los años 40, publicando en la revista “América” de Ciudad de México, ya en plena juventud, al mismo tiempo que inició viajes por todo México.

Rulfo perteneció, junto con Juan José Arreola (1918-2001), a una generación de escritores mexicanos que llegaron para madurar la narrativa moderna de su país durante los años 40 y 50. El escritor mexicano entregó para la inmortalidad literaria dos libros: El libro de quince cuentos titulado “El llano en llamas” (1953), siete de los cuales ya se habían publicado en la revista “América”; y la novela “Pedro Paramo” (1955), de la que se publicó tres adelantos el año anterior (1954) en diversas revistas, y en la que nos revelaba la presencia del silencio, la muerte y el olvido como los parámetros desde los cuales el autor construyó el mundo ficticio de Comala.

Los pocos pero fructíferos libros de Rulfo, todos penetrantes miradas sobre el mundo rural mexicano, fueron traducidos a diversos idiomas, como inglés, francés, italiano, polaco, sueco, holandés, danés, noruego y alemán.

El crítico literario peruano Julio Ortega reflexionó, a fines de los años ’90, que “Pedro Páramo” tenía un carácter fantasmático, espectral, que confirmó que el mundo rural “se desploma, se hace polvo en la lectura de los hijos nómadas y rebeldes que recusan el orden perpetuado”.

Rulfo luchó con todo y contra todos para ser un escritor. Para vivir tuvo que trabajar en una empresa de neumáticos, la cual decidió dejar recién a inicios de los años 50, para postular y recibir dos becas anuales seguidas (1952-1954) del Centro Mexicano de Escritores.

El escritor mexicano siguió su carrera, y en 1958 dijo haber acabado su segunda novela titulada “El gallo de oro” (no se publicó sino hasta 1980). El Premio Nacional de Letras tardó en llegarle, pues solo en 1970 lo recibió.

Desde mediados de los años 60, hasta su muerte, el 7 de enero de 1986, su vida giró alrededor del Instituto Nacional Indigenista de México, su lugar de trabajo donde se dedicó a la edición de una de las colecciones más importantes de antropología contemporánea y antigua de México.

Rulfo fue un hombre de cultura, no solo literaria, sino también histórica, antropológica, etnográfica, folclorista; además se sintió orgulloso de su afición a la fotografía, cuyo interés data de 1949 cuando publicó fotografías suyas por primera vez en la revista “América”. Esa faceta maduró al punto que, en 1960, le organizaron una muestra breve de 23 fotografías en Guadalajara. En 1980, en la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes, se realizó una importante exposición de sus imágenes.

Los últimos seis años de su vida fueron de unánime reconocimiento. A la muestra fotográfica de 1980, se sumó en 1981 la publicación del libro de fotografías “Inframundo”. Y en 1983 recibió el Premio Príncipe de Asturias.

Pese a su breve obra narrativa, Rulfo fue -sigue siendo- el escritor mexicano más leído y estudiado en su país y en el extranjero. Dejó este mundo de seres reales, para perseguir a sus sombras y fantasmas personales, el 7 de enero de 1986, en el bullicio de la Ciudad de México.

(Carlos Batalla)




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